Al sur de la Ciudad de México, en Xochimilco, se encontraron los restos de un niño de tres a cuatro años cuyos huesos presentaban una coloración naranja o amarilla traslúcida; texturas tersas o vítreas, y compactación del tejido esponjoso, además del golpe del cráneo. Dado que después de sacrificarlos los mexicas solían hervir algunas de las cabezas, los arqueólogos concluyeron que el cráneo fue hervido y que se estrelló debido a la ebullición de la masa encefálica.
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